EL CAPITALISMO Y LA EXTREMA DERECHA

 

Ante las próximas elecciones europeas existe el temor generalizado sobre el avance que pueden experimentar los partidos de extrema derecha. Sus políticas xenófobas y antieuropeas han provocado la alarma en Bruselas. En esta situación ha llamado mucho la atención y se ha señalado positivamente, lo manifestado por un número amplio de empresas en Alemania entre las que se encuentran Deutsche Bank, BMW, Mercedes Benz, Volkwagen, Bayer, Deutsche Bahn, BASF, ADIDAS o PORSCHE, que se han posicionado contra los neonazis de AfD. Han dicho que hay que defender los valores universales y la democracia, han valorado la importancia que tiene Europa para la economía alemana y denuncian el peligro que entraña para estos valores el voto a esta fuerza política.

Que este núcleo de empresas se pronuncie públicamente y aconseje cómo hay que votar, es un caso insólito en el mundo empresarial. De todos es sabido que su inclinación política es hacía la derecha de forma tradicional, pero se declaran neutrales cuando llegan los momentos electorales, ya que todos somos clientes. Es de agradecer ese pronunciamiento por los valores de la democracia y su defensa de la UE,  ya que “ ahora es el momento de defender los valores universales y no supeditarlo todo al éxito económico”, han dicho.

Estas son las mismas y poderosas empresas que colaboraron estrechamente con el nazismo, algunas de ellas hasta construyeron campos de exterminio para la “solución final” propuesta por Hitler. Al finalizar la guerra muchos directivos fueron encarcelados, entre ellos Ferdinand Porsche. Pero estuvieron muy poco tiempo, el suficiente para lavar la conciencia de los vencedores y enseguida se volvieron a poner al frente de sus empresas para reconstruir el país y no tardaron en volver a ponerse a la cabeza de la industria europea.

Con este pasado ¿cómo es que ahora están radicalmente en contra de la extrema derecha, que avanza en los países europeos?

Ya sabemos que la ideología del capitalismo no es la democracia o las dictaduras, es el dinero y estará del lado de quién mejor se lo garantice. Es ahí dónde hay que encontrar la respuesta a este cambio de chaqueta.

Los nuevos partidos de extrema derecha defienden los principios de sus predecesores nazis y fascistas con el nacionalismo y el racismo por bandera.

La diferencia con la situación de los años 30 es que entonces el comunismo se presentaba como el peligro más serio y su proliferación era una amenaza para el capitalismo reinante. Por tanto el apoyo al partido nazi era un mecanismo de defensa necesario para continuar ganando dinero. Al acabar la guerra el castigo de los vencedores fue cosmético porque el comunismo salió fortalecido de la contienda y continuaba siendo el enemigo a batir.

Ahora, desaparecido el peligro comunista, el interés de las empresas se centra en ampliar el mercado con el consumo como eje fundamental de su crecimiento. Más producción, más clientes, más ventas, más ganancias.

Pero en el primer mundo surge un problema, la población envejece y disminuye peligrosamente, no hay relevo generacional y para crecer las empresas necesitan mano de obra que no tienen. Esto tradicionalmente ha sido un problema que ha arrastrado la industria alemana. Que se lo digan a los españoles, más de 600.000 entre los años 60 y principios de los 70, se fueron a trabajar en la industria alemana. Ahora necesitan 400.000 nuevos trabajadores cada año. En estos momentos hay empresas que ocupan a miles trabajadores de diversos países. Algunas han declarado tener trabajadores de 140 nacionalidades.

La necesidad de mano de obra hace que la inmigración sea la única solución para continuar manteniendo el ritmo de crecimiento de la producción alemana. El envejecimiento de la población también influye en la necesidad de que la mano de obra sea suficiente para mantener cada vez a más pensionistas. Por eso la xenofobia que defienden los partidos neonazis choca frontalmente con lo que ahora interesa al capitalismo.

Para crecer económicamente en un mundo globalizado ya no es suficiente con el mercado interior, precisamente la UE comenzó siendo un Mercado Único de 450 millones de consumidores, un tamaño que permite a los países que la componen poder competir bajo su paraguas. Renunciar a esto supondría un grave retroceso, de ahí que la defensa del nacionalismo sea enemigo de este capitalismo moderno.

A esto se une que la economía alemana, que es el motor de UE, en estos momentos está atravesando una crisis importante (la que menos crece de Europa). Un factor que debe preocuparnos a todos porque si la máquina no tira, el convoy se para. Y para crecer necesita mano de obra extranjera y una Europa fuerte.

Esto ha sido una llamada de atención para que seamos conscientes de lo que nos jugamos en las próximas elecciones europeas. “Es la economía, estúpido” decía James Carville, asesor de Bill Clinton.

Queda para otra ocasión analizar un reparto más justo de esas ganancias. Ahora lo principal es defender la democracia.







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