JUSTICIA POLÍTICA
La muerte
por cáncer de la magistrada del Tribunal Supremo de EE.UU. Ruth Bader Ginsburg,
ha provocado una batalla política entre los demócratas y republicanos para
cubrir su puesto. El marcado carácter progresista de la magistrada fallecida,
especialmente su reconocimiento en la lucha por la igualdad de la mujer, la ha
hecho muy popular y ha dado una impronta de progreso al alto tribunal. Su
sustitución puede inclinar la balanza a favor de los conservadores
republicanos.
Esto me ha
traído a la memoria la película El
informe Pelíkano de 1993, dirigida por Alan J. Pakula y basada en una
novela de John Grisham. En ella dos jueces del Supremo son asesinados por estar
a favor de la denuncia presentada ante el alto tribunal por un grupo ecologista
que pretende impedir una explotación
petrolífera porque destruye una colonia de pelíkanos, una especia
protegida. Quien pretende explotar el
yacimiento financia la campaña electoral del Presidente. La sustitución por dos
jueces propuestos por el mismo Presidente, resolverían el problema porque la
nueva mayoría favorecería los intereses
del magnate del petróleo.
La realidad
y la ficción demuestran el papel tan importante que desempeña el Poder Judicial
en una democracia y hasta dónde está dispuesto el poder político para
controlarlo en beneficio de sus intereses.
En España,
el Partido Popular se niega a renovar el Consejo General del Poder Judicial
pese a que su mandato constitucional ha terminado hace ya dos años. Y lo
seguirá impidiendo porque su situación política le dificultaría en la
renovación mantener su mayoría conservadora y además en unos momentos en los que se dirime
por la justicia los numerosos casos de corrupción que le acosan. Ya
sabemos que controlan “desde atrás”, como dijo Ignacio Cosidó, portavoz del PP
en el Senado. Un escándalo que no se
molestan en ocultar ni guardar las apariencias. De hecho en sus mayorías
absolutas han controlado el Poder Judicial y han dilatado todo lo posible su
renovación cuando pierden el poder. Su principal objetivo ahora es que puedan
controlar la Sala Segunda del Tribunal
Supremo dónde desembocarán los casos de corrupción que les afecta. En estos
momentos de los 13 magistrados, 11 son de tendencia conservadora y solo dos de
la progresista. En el Tribunal Constitucional la composición es parecida, 4
magistrados de tendencia progresista y 8 conservadores. Se entiende perfectamente
por qué el PP adopta la postura que ha empleado siempre de negarse a renovar los miembros del Consejo
desde una posición de debilidad porque dismuye su influencia en el Tribunal
Supremo con lo que le espera por delante de juicios por los delitos de corrupción
de su Partido, aunque esa postura signifique saltarse a la torera la
Constitución que tanto dice defender. Casado sabe que si las sentencias que se
produzcan condenan a sus compañeros y al Partido mismo, será un golpe durísimo
cuyas consecuencias son imprevisibles. Algunos hablan ya de disolver el Partido, como ya hizo Convergencia
Democrática de Cataluña. Es demasiada la basura que se
acumula como para continuar como si no pasara nada. Eso es lo que está en
juego, nada más y nada menos. Por tanto hasta que no tengan asegurada su
mayoría nos podemos olvidar de la renovación del Poder Judicial. Algo parecido
a esto es lo que pretende hacer Trump con el Tribunal Supremo de EE.UU., se ha
dado toda la prisa del mundo en hacer la propuesta de jueza al Senado, de mayoría republicana, sin
esperar a que pasen las elecciones por si no sale elegido. De esta manera consigue
una mayoría conservadora para muchos años, dado el carácter vitalicio de los
jueces nombrados. Muy útil por si tiene que pasar por allí debido a sus
trapicheos fiscales.
Los que
luchamos por traer la democracia a este país, confiábamos en los pilares de sus
valores, entre ellos, la independencia del Poder Judicial, garantía máxima de
que los demás poderes se ajustaban a la ley. Éramos, al menos yo, unos
inocentes románticos que nos creíamos que eso era posible. Después descubrimos,
algunos en nuestras propias carnes, que la democracia no funcionaba como
nosotros creíamos, que la venalidad, la ambición, la manipulación y los
intereses económicos, no se daban solo en las películas de la mafia que
veíamos, también se dan en nuestra
realidad. Y nos preguntamos ¿Dónde queda la independencia de la Justicia, el
pilar que garantiza el funcionamiento del sistema democrático? ¿Es que la
democracia solo se reduce a votar cuando nos mandan hacerlo? Debe ser algo más,
mucho más. Lo principal es el respeto que deben tener los partidos políticos,
sus líderes, los responsables judiciales
y la ciudadanía por el mejor funcionamiento de los mecanismos que la hacen
posible. Es decir, hacer el sistema creíble, que se pueda confiar en la
honradez de sus miembros y la lealtad a los principios. Seguramente eso es una
utopía, pero es necesario recordarlo de forma periódica para no perder de vista
lo fundamental, porque de lo contrario algunos políticos se deslizan sin freno por el tobogán de la
corrupción y la mayoría de las veces quedan impunes.
Los jueces,
como cualquier ciudadano, tienen su ideología y su forma de ver la realidad
pero en el ejercicio de sus funciones deben
ser imparciales y además parecerlo. Una
tarea difícil pero necesaria, para eso se supone que eligieron la carrera
judicial. Es inevitable que los sentimientos de cada uno se inclinen por algunas
determinadas tendencias políticas. Sobreponerse a ello y actuar con justicia es
dónde reside su grandeza. Pero la realidad es que existen los que Luis Navajas,
Teniente Fiscal, llama “contaminados ideológicamente”. No obstante es justo
reconocer que ha habido actuaciones ejemplares de la profesionalidad de algunos
de sus miembros. En cambio ha habido otros jueces que han dictado sentencias
que han escandalizado a muchos ciudadanos por su tendenciosidad.
Ahora surge un nuevo caso, la operación
Kitchen. Hasta aquí la derecha nos tenía acostumbrados a las fechorías que
hacían con el dinero público para enriquecerse, pero ahora conocemos que son
capaces de utilizar el poder del Estado para destruir pruebas que podían
implicar al Partido. Todavía no se han quitado el pelo de la dehesa franquista.
En estos momentos el juez de la sala sexta de
la Audiencia Nacional García Castellón, instructor del caso Kitchen, ha imputado
(investigado) a un exministro del Interior, Jorge Fernández Diaz. Según se ha hecho público, el exSecretario de
Estado Francisco Martínez implica no solo al Ministro sino al mismísimo Mariano
Rajoy, esto puede llevarle a imputar por primera vez a un exPresidente de
Gobierno. Pero existen dudas de que pueda llegar a ese extremo.
Este juez instructor posee unas características
especiales. Magistrado de la Audiencia Nacional, fue destinado por Ministros del PP como juez de
enlace, primero en París y después en Roma durante 17 años. Una auténtica
canonjía, en la que se cobra mucho y se trabaja más bien poco. En 2017 regresa
voluntariamente a su plaza de juez titular del juzgado nº 6 de la Audiencia Nacional
para hacerse cargo de la instrucción de los casos Púnica, Lezo, Tandem y ahora
la operación Kitchen, nada menos. En todos ellos están implicados miembros del
PP. A eso se llama vocación, renunciar a un puesto boyante, muy bien remunerado
para meterse de hoz y coz en un meollo judicial endiablado que amenaza al
Partido cuyos ministros lo destinaron a esos puestos privilegiados y ansiados
por muchos jueces. Esa situación puede suscitar dudas sobre hasta qué punto
está dispuesto a llegar al fondo del
asunto y descubrir quién era ese M. Rajoy, que figura en los papeles de
Bárcenas como beneficiario de remuneraciones opacas. En la instrucción de este
caso se le veía como desganado, como forzado por las pruebas y las declaraciones
de Francisco Martínez.
Pero, no ha
tardado el Juez García Castellón en equilibrar la balanza. Al mismo tiempo que
el Gobierno presentaba el Plan de Recuperación Económica, un programa de actuación
para los próximos cuatro años, unas previsiones de vital importancia para el
país y que diseña nuestro futuro, pide al Tribunal Supremo que impute al
Vicepresidente del Gobierno por falsedad documental y una serie de acusaciones
con durísimos calificativos para Pablo Iglesias. En su escrito se desmelena con
un lenguaje tremendo, “torticero” “falsario”, como con rabia. Y lo envía al
Supremo sin informe del fiscal, y basado en las vagas acusaciones de un abogado
despedido de Podemos que no aportó pruebas. La sala Segunda del Tribunal
Supremo le dijo hace unos días que “no hay pruebas que sustenten esos hechos” y
que son “meras hipótesis”.
De repente
aparca la investigación del caso Kitchen y entra con furor, sin venir a cuento,
en un caso que ataca al Gobierno en el momento en que intenta lanzar un mensaje
de optimismo cara al futuro y que tanto necesitamos en esta época de tristeza y
contrariedad.
¿Suena mal,
no? ¿A que se puede interpretar que lo hace para desviar la atención de los casos de
corrupción política y económica del Partido que le ha hecho favores? ¿A que
suena a suministrar munición de grueso calibre al PP para atacar al Gobierno y ayudarle
a posicionarlo en la moción de censura
que ha presentado VOX? Por desgracia no son dudas injustificadas, ya que el
planteamiento es de lo más chapucero que se ha visto.
Es muy
triste ver una vez más a los representantes de la Justicia maniobrar para
favorecer los intereses de los de siempre, con el desprestigio que ello acarrea
para la credibilidad de la Democracia.
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