¿QUÉ ES DEMOCRACIA?

En el conflicto catalán que estamos padeciendo, nos bombardean  desde el independentismo y desde el Gobierno de España, con la palabra democracia y defienden las respectivas actuaciones en  su nombre. Los independentistas quieren votar para conseguir  formar un Estado. ¿Quién puede decir que ejercer ese derecho  no es democrático? El Gobierno defiende que la Constitución, que hemos votado todos los españoles y que define nuestro marco de convivencia, impide la realización del referéndum. También eso es defender el sistema democrático. Esto me recuerda el famoso cuadro de Goya “Duelo a garrotazos”, pero en vez de utilizar garrotes se atizan con la democracia.
Las fuerzas políticas independentistas, que gozan de mayoría en el Parlament, aprueban unas leyes, burlando las más elementales reglas del juego parlamentario, para que los catalanes puedan ejercer la democracia directa, fuera del marco legal establecido. Y se hace en el sagrado nombre de la democracia.
El Gobierno lanza una ofensiva judicial que persigue hasta las intenciones, y vulnera el  derecho a la libertad de expresión. Y también se hace en defensa de la democracia.
Parece que actuar en nombre de la democracia legitima todo lo que se haga. También la dictadura franquista pretendió blanquearse ante el resto de las democracias europeas  y recurrió a la “democracia orgánica”. Y se votaba, eso sí, entre los candidatos que el régimen proponía, para elegir representantes sindicales, de la familia y  del municipio. Y también convocó un referéndum, ¿Y por eso podemos decir que el mayor asesino de nuestra historia era un demócrata?
Cuando luchábamos contra el franquismo, democracia significaba la libertad frente a un sistema opresor. Ser libres nos permitiría, además de relacionarnos sin censuras en la sociedad, en la cultura, en la educación; poder elegir entre distintas opciones políticas para que nos gobernaran. Nada más y nada menos. Naturalmente eso exige unas reglas de juego que satisfagan a todos y que no restringa el derecho a la libertad. Y entre todos redactamos esas reglas que  son las que están contenidas en  la Constitución. A unos les gustó más a otros  menos, nadie salió totalmente satisfecho de haber conseguido introducir en esas reglas todo lo que quería. Esa es su mejor virtud. El resultado del referéndum convocado para aprobarla obtuvo el respaldo del 87 % de los votantes. En Cataluña la respaldaron el 90%.
Para hablar de democracia, por tanto, hay que hablar de normas que la definan y, muy importante,  conseguir el mayor consenso posible en sus contenidos. Esto último exige que nadie pueda introducir su programa de máximos. ¿Y cómo se consigue esto? Con voluntad política, visión de Estado,  generosidad y mucha conversación.
Es verdad que nada es para siempre, casi cuarenta años después de su aprobación, la sociedad y las circunstancias ha cambiando sustancialmente. El título VIII de la Constitución, que supuso el reconocimiento de la diversa realidad territorial de España y que puso en marcha el Estado de la Autonomías, ha cumplido su misión. El desarrollo autonómico ha supuesto un avance importante en los sistemas de autogobierno que hacen necesario (y urgente) una revisión que sólo se puede hacer desde una reforma de la Constitución que los creó y que ya se tendría que haber hecho.
Es cierto que la derecha española es muy reacia a su modificación (por algo son conservadores) y que se opone a que se contemple esa posibilidad y sin el PP no se puede iniciar este proceso que será difícil, fundamentalmente porque las circunstancias actuales no son las de 1977, cuando se inició el proceso constituyente, dónde salíamos de una dictadura con mucho ruido de sables y que facilitó que las diversas fuerzas políticas llegaran a consensos que hoy se ven más lejanos de alcanzar, aunque no imposibles. Que no se haya podido todavía iniciar ese proceso porque el PP lo impide, no es razón para que los listos de turno rompan el balón porque no se juega como ellos quieren.
También es verdad que la derecha española le gusta imponer más que dialogar, vieja herencia del franquismo. Por esa razón es necesario y urgente que las fuerzas políticas de la izquierda asuman que por encima de su viejas discrepancias, está la necesidad de arrinconar a esta derecha paralizante y conseguir las alianzas necesarias para desplazarla del poder y conseguir que este país pueda avanzar en la solución de estos problemas. Ahora es el momento de que los líderes políticos  antepongan los intereses de Estado a los de partido.
A  muchos españoles nos gustaría independizarnos del PP y de Rajoy, pero mientras sean la fuerza política más votada, nos toca aguantar y ver como destrozan este país. Es lo que tiene ser demócratas y respetar las reglas del juego. Y si los partidos de la izquierda con capacidad para armar una alternativa, no se dan cuenta de que con  el PP en la oposición será más fácil que entre en razón,  nos queda Rajoy para rato, y por tanto no se podrán acometer las reformas que puedan solucionar este conflicto y prevenir los que vengan. No existen soluciones fuera del sistema democrático.


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