Ilustres costaleros
La lucha por la Secretaría General del PSOE está encendida
en las redes sociales y en los medios. Los partidarios de Pedro Sánchez y
Susana Díaz mantienen un duelo que muestra la profunda grieta que sufre el
PSOE. Los aspirantes a ocupar el puesto copan los titulares como si ese combate
personal fuese lo que más le interesa a los millones de votantes, los fieles y
los perdidos. Sin embargo lo que le
interesa a los ciudadanos es como se van
a resolver los problemas que les angustian y que les niegan el futuro. El
debate de fondo debería ser qué tipo de soluciones
se aportan desde la socialdemocracia, una ideología en crisis que necesita
adaptar sus principios a los retos actuales. El nuevo rumbo que se espera de esta izquierda moderada es que
rompa con esa tendencia que le lleva a confundir muchas de sus políticas con la
derecha.
La socialdemocracia en la segunda mitad del siglo pasado
forjó el Estado de Bienestar y las conquistas laborales y sociales que hoy
disfrutamos. Ensanchó el campo de las libertades y persiguió alcanzar una
sociedad más igualitaria. Son logros indiscutibles que abrigaron las esperanzas
de los más desfavorecidos de las sociedades europeas. En España estas políticas
se hicieron realidad muchos años después, porque la dictadura franquista
impidió que se hiciera al mismo tiempo que se desarrollaban en Europa. Con la
llegada del PSOE al gobierno se modernizó el país, se implantaron las políticas
sociales y se avanzó notablemente en el campo de las libertades individuales.
Eso es innegable.
El problema está en que actualmente, cuando el poder
económico impone sus intereses en una economía globalizada y entra a saco en
las conquistas sociales alcanzadas en las últimas décadas, las clases más
desfavorecidas no solo no encuentran en la socialdemocracia, que había traído
el Estado del Bienestar, la respuesta que esperaban, sino que en algunos casos
hasta se convierte en colaboradora de su retroceso. La sociedad resultante de
este destrozo es muy distinta a la del siglo pasado, unas políticas fiscales
que machacan a los más débiles y favorecen a los más poderosos, empleo precario,
salarios de miseria, aumento desaforado del desempleo, frustración y
desesperanza en una juventud preparada pero sin futuro obligada a emigrar, en definitiva,
un espectacular retroceso en los derechos sociales y un grosero incremento de
la desigualdad. Al militante socialista concienciado le subleva esta situación
y espera de su partido una actitud más beligerante contra esta situación, y que defienda posturas alternativas, que se sea menos “comprensivo” con las medidas que
adopta la derecha gobernante. Ese es el mayor problema de la socialdemocracia
en estos momentos en los que el capitalismo, libre de marca, ha implantado sus
políticas más salvajes, controla al poder político en casi todo el mundo y no
está dispuesto a dar ni un paso atrás. Al socialismo sólo le quedan dos
caminos, intentar pactar acuerdos tendentes a dulcificar las duras medidas de
la derecha, una postura defensiva y la
preferida por los poderes económicos; o
enfrentarse a ellas, que es lo que le reclaman gran parte de sus bases. La peor
acusación que se le hace en estos momentos es que su actitud se confunde con la
derecha. Los resultados electorales muestran ese desencanto y el abandono
consiguiente, porque la gente prefiere el original a la copia (afirmación de
Èduard Martin eurodiputado socialista francés y líder sindical). La caída
electoral del PSOE no se debe a la disconformidad con su liderazgo, sino a la
desconfianza que ha sembrado entre sus seguidores.
Este es el verdadero dilema que deben dilucidar los
militantes socialistas, qué proyecto y qué persona lo representa. Pedro Sánchez
dice representar a la militancia que reclama la confrontación con la derecha.
De hecho en sus actos no se ven demasiados cargos orgánicos ni institucionales
y se intuye que sintoniza con el enfado de las bases contra su representantes.
A él lo echaron de la Secretaría General de mala manera en una revuelta palaciega
protagonizada por los barones porque se oponía a dejar que el PP continuara en
el Gobierno, e intentaba armar una alternativa con las fuerzas políticas de la
izquierda. Nada nuevo para el PSOE que gobierna con Podemos en varias
Comunidades Autónomas y gobernó con Ezquerra Republicana en Cataluña. La
respuesta de las bases de la militancia a su candidatura expresa el deseo de
gran parte del Partido de sentirse representado por quien está dispuesto a
luchar contra la hegemonía de la derecha que tanto daño está haciendo. El PSOE
necesita una profunda revisión de sus políticas y de su estrategia. Los
triunfos anteriores no sirven como referencia porque los momentos actuales son
distintos y requieren nuevas soluciones. Para poder cambiar esta situación y
vista la debilidad por la que atraviesan las fuerzas progresistas, se requiere
establecer una política de alianzas en torno a unos objetivos comunes. No es
creíble que el PSOE pueda llegar a gobernar de nuevo sin apoyos desde la
izquierda.
La aparatosa puesta en escena de Susana Díaz en Madrid para
anunciar su candidatura ha expresado su idea fuerza: recuperar el Partido
ganador de elecciones. Para ello ha echado mano de los veteranos triunfadores y
de los representantes institucionales que, como ilustres costaleros, la han
consagrado como la esperanza blanca del socialismo español, “elegida por los
dioses del socialismo que la cubren con su manto”, según expresa el Presidente
de la Comunidad de Aragón, Francisco Javier Lambán Montañés. Pero ahora no es
momento de reivindicar “el orgullo de haber gobernado”, ni de “recuperar el
PSOE tradicional”, ni de exaltar la personalidad del líder, ni es el momento de apoyarse en los
sentimientos para llegar al corazón de la militancia, menos aún de los
votantes. Estos tiempos actuales requieren
ofrecer propuestas a los problemas de ahora y en las condiciones
actuales y, sobre todo, de una fortaleza del pensamiento político transformador
capaz de convencer a la gente.
El tercer candidato en liza, Patxi López, quiere adoptar la
postura de puente entre los vencedores y los vencidos en el Comité Federal que
desbancó a Pedro Sánchez. Una noble empresa aunque condenada al fracaso. Cuando
las posturas se radicalizan hasta el extremo en que se manifiestan
públicamente, no existe puente que pueda unir el largo y profundo tajo que las
separa y que tuvo su inició en aquel aciago 1 de octubre de 2016. Una lástima,
porque España necesita más que nunca un PSOE actualizado y creíble como motor
de un cambio profundo en el panorama político del país.
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