La Orquesta de Córdoba: una apuesta irrenunciable
El pasado
domingo la Orquesta Sinfónica de Córdoba lanzó una llamada de socorro ante la
amenaza de desaparición que pesa sobre ella. Y lo hizo con rotundidad, apoyada
por numerosos artistas y arropada por el público cordobés. ¿Cómo es posible que
se haya tenido que llegar a esta situación?
Conviene recordar que a principios de los años
80 Córdoba contaba con una Banda Municipal. Su director, Luis Bedmar, un hombre
apasionado por la música, nos transmitió
la idea de convertirla en orquesta. Las dificultades económicas y
administrativas dificultaron su realización y aunque se renunció a la idea en
ese momento, en los años siguientes la banda fue adaptando su composición y su
repertorio a las necesidades que requería una orquesta. El resultado fue un
híbrido que requirió del inagotable esfuerzo de su director para conseguir que
sonara como la orquesta que no era.
A comienzos
de los años 90 la Junta de Andalucía crea una red de orquestas que abarcaba
todo el territorio. En 1990 se crean las Sinfónicas de Sevilla y Granada, al año siguiente se crea la Filarmónica de Málaga. En Córdoba vimos la
oportunidad de conseguir lo que se perseguía desde años atrás. El diálogo, la
negociación y la colaboración, elementos fundamentales para hacer política de
verdad, hizo posible que en 1992 la Orquesta Sinfónica de Córdoba fuese una
realidad. Fue el último consorcio que se formó y como las otras tres, se
financia entre el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía.
Eran los
años en que en el Gran Teatro se representaban óperas, algunas de ellas de
producción propia. El Coro del Gran Teatro adquiría fama y era requerido para
participar en óperas y conciertos en otros lugares de España y la Orquesta
dirigida por Leo Brouwer conquistaba al público cordobés y nos enseñaba que la
música que hacía una orquesta no era exclusiva de una élite cultural, trasladó
la orquesta a los barrios, dio conciertos en los lugares más insólitos y enseñó
a muchos cordobeses a vibrar con la música de la que se habían sentido tan
alejados. Aprendimos que la Orquesta era un instrumento cultural de primer
orden e inició un rumbo que después continuaron sus sucesores. Y ahí seguimos.
En los
largos años de necesidad que estamos atravesando, hemos presenciado el brutal
ataque que se ha hecho con todo lo que afecta a la cultura, recortes
presupuestarios escandalosos y especialmente la subida del IVA al 21% que ha supuesto un golpe durísimo y una
asfixia insoportable para todo el sector. En países rescatados como Portugal, con
un IVA cultural del 13%, e Irlanda un 9%, y en los de nuestro entorno, Italia
10% y Francia 7%, han valorado lo que
supone proteger el arte y la cultura
para la riqueza intelectual y económica de sus ciudadanos, aún en los momentos
más duros.
Aquí la
entrada para oír un concierto se ha visto incrementada en más de un 14 %. El
concepto que ha manejado el Gobierno para tamaño despropósito es considerar que
la música y la cultura en general es un lujo y que lo pague el que pueda
hacerlo, otra vez la cultura para las élites cultas que pueden pagarla. Aquí
hemos luchado por todo lo contrario y ha quedado demostrado que ensanchar los
horizontes de la divulgación cultural, no solo es beneficioso, sino que crea
nuevas necesidades que nos enriquecen y
nos hacen mejores personas. Los beneficios económicos que tanto preocupan
vendrán después como una consecuencia.
Los
responsables de evitar la desaparición de nuestra Orquesta deben pensar lo
mucho que costó fundarla y la labor que ha desarrollado. Lamento no saber
cuantificar económicamente cuánto supone eso, pero sé lo que se pierde si desaparece: volver treinta
años atrás y la frustración de la sociedad ante la desaparición de un
instrumento vital para la cultura de la ciudad y al que ya estamos habituados.
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