¿Por qué mienten tanto?
Entre las primeras actitudes que se aprenden en los partidos políticos está la de no perjudicar bajo ningún concepto su imagen pública. Cosa por otro lado común en cualquier institución, entidad o empresa cuya subsistencia dependa de la opinión que el ciudadano tenga de ella. Este principio lleva a la situación de negar hechos evidentes, a justificarlos con argumentos increíbles o a echarle la culpa al competidor. Jamás admitir que se ha hecho mal.
La historia nos demuestra que la derecha política es la que realiza esta práctica de forma más pertinaz y desvergonzada. Estamos cansados de ver cómo cierran filas en torno a hechos delictivos y arropar a personas que han delinquido con explicaciones rocambolescas, disparatadas, incluso cómicas. “El finiquito en diferido” de María Dolores de Cospedal es una pieza antológica de los disparates explicativos de lo inexplicable. Es una falta de respeto a la gente, como lo son los contenidos de su programa electoral hecho para engañar a los electores y conseguir sus votos. Lo más asombroso de todo esto es que saben positivamente que la ciudadanía es conocedora de sus mentiras, pero lo peligroso es que se admita como normal que ocurra esto. En la opinión pública ser político es sinónimo de ser mentiroso, creo que admitimos esto con bastante frivolidad sin pararnos a pensar un momento en la gravedad que contiene.
En otras democracias los partidos de la derecha tienen muy claro que el respeto al ciudadano no se puede transgredir y antes de mentirle se reconoce el error por parte de quien lo comete y se marcha de la institución y de la política. Estamos hartos de ver ejemplos que despiertan nuestra envidia.
Lo que ocurre es que esos partidos de derechas provienen de la democracia y tienen muy claro que el ciudadano no es un súbdito, sino una persona con la que existe una lealtad, fruto de un pacto mediante el cual reclaman el voto a cambio de cumplir una serie de preceptos entre los que están la sinceridad de cumplir un programa político. En España la derecha aún no se ha desprendido del pelo de la dictadura, por tanto su concepto de la política es diferente, actúan siguiendo sus intereses con un absoluto desprecio a los ciudadanos. Se sienten legitimados por haber sido elegidos en las urnas, por más que hayan mentido para conseguirlo. En la película El Hundimiento, de Oliver Hischbiegel (2004), en los últimos días del Tercer Reich un general de la Wehrmacht defiende la inutilidad de sacrificar al pueblo alemán ante la inminente derrota y Goebbels le responde: “El pueblo ha elegido este destino. No le hemos obligado a nada, ellos nos eligieron”. Un caso extremo de legitimidad democrática.
A las personas que componen el partido se les supone su militancia en función de creer y defender sus principios. Ya sabemos que no siempre es así, también existen los arribistas que lo utilizan como instrumento para conseguir el beneficio propio. El problema es que los dirigentes no actúan contra ellos, por el contrario los protegen y defienden, anteponiendo ese apoyo al interés general de la institución. Aplican la conciencia de tribu, cuando en realidad su postura hace un daño enorme a su partido y a la democracia. Cuando veo a los dirigentes del Partido Popular mentir de forma descarada incluso en sede parlamentaria, me siento insultado como persona. ¿Por qué lo hacen? Porque se trata del argumentario que lanzan a sus seguidores, repetido hasta la saciedad por la caverna mediática. La honestidad y la verdad quedan para otros.
La historia nos demuestra que la derecha política es la que realiza esta práctica de forma más pertinaz y desvergonzada. Estamos cansados de ver cómo cierran filas en torno a hechos delictivos y arropar a personas que han delinquido con explicaciones rocambolescas, disparatadas, incluso cómicas. “El finiquito en diferido” de María Dolores de Cospedal es una pieza antológica de los disparates explicativos de lo inexplicable. Es una falta de respeto a la gente, como lo son los contenidos de su programa electoral hecho para engañar a los electores y conseguir sus votos. Lo más asombroso de todo esto es que saben positivamente que la ciudadanía es conocedora de sus mentiras, pero lo peligroso es que se admita como normal que ocurra esto. En la opinión pública ser político es sinónimo de ser mentiroso, creo que admitimos esto con bastante frivolidad sin pararnos a pensar un momento en la gravedad que contiene.
En otras democracias los partidos de la derecha tienen muy claro que el respeto al ciudadano no se puede transgredir y antes de mentirle se reconoce el error por parte de quien lo comete y se marcha de la institución y de la política. Estamos hartos de ver ejemplos que despiertan nuestra envidia.
Lo que ocurre es que esos partidos de derechas provienen de la democracia y tienen muy claro que el ciudadano no es un súbdito, sino una persona con la que existe una lealtad, fruto de un pacto mediante el cual reclaman el voto a cambio de cumplir una serie de preceptos entre los que están la sinceridad de cumplir un programa político. En España la derecha aún no se ha desprendido del pelo de la dictadura, por tanto su concepto de la política es diferente, actúan siguiendo sus intereses con un absoluto desprecio a los ciudadanos. Se sienten legitimados por haber sido elegidos en las urnas, por más que hayan mentido para conseguirlo. En la película El Hundimiento, de Oliver Hischbiegel (2004), en los últimos días del Tercer Reich un general de la Wehrmacht defiende la inutilidad de sacrificar al pueblo alemán ante la inminente derrota y Goebbels le responde: “El pueblo ha elegido este destino. No le hemos obligado a nada, ellos nos eligieron”. Un caso extremo de legitimidad democrática.
A las personas que componen el partido se les supone su militancia en función de creer y defender sus principios. Ya sabemos que no siempre es así, también existen los arribistas que lo utilizan como instrumento para conseguir el beneficio propio. El problema es que los dirigentes no actúan contra ellos, por el contrario los protegen y defienden, anteponiendo ese apoyo al interés general de la institución. Aplican la conciencia de tribu, cuando en realidad su postura hace un daño enorme a su partido y a la democracia. Cuando veo a los dirigentes del Partido Popular mentir de forma descarada incluso en sede parlamentaria, me siento insultado como persona. ¿Por qué lo hacen? Porque se trata del argumentario que lanzan a sus seguidores, repetido hasta la saciedad por la caverna mediática. La honestidad y la verdad quedan para otros.
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