La noche más oscura
La última
película de Kathryn Bigelow, ha provocado un cierto escándalo entre los que en EE. UU. dicen defender la
libertad, la democracia y los derechos humanos, por más que pretendan
implantarlos invadiendo países a bombazo limpio. Una postura farisea que han
capitaneado tres senadores instando a la CIA a que diga si suministró información
reservada a Kathryn Bigelow y a su guionista Mark Boal para hacer la película.
No les importa que los agentes torturen a los presos, les importa que se sepa.
Sin duda los
espías americanos de la CIA se han ganada una merecida fama de asesinos sin escrúpulos,
labor para la que han sido debidamente entrenados con técnicas muy
especializadas para convertirlos en máquinas de matar y de hacer daño a los
“enemigos de EE.UU.”. ¿Pero quién decide cuáles son esos enemigos? Es decir,
¿quién manda torturar y matar? Esa es la
gran diferencia que existe entre La
noche más oscura y las anteriores películas que guardan relación con la
CIA.
Hasta ahora
el comportamiento asesino y despiadado de los agentes del servicio de
inteligencia norteamericano aparecía en el cine como el de personas que actuaban por
su cuenta y eran castigadas después por la propia institución, o bien porque
eran entrenados en secreto por algún directivo sin que los responsables
políticos tuvieran conocimiento de ello.
En El Informe Pelícano, a una pregunta del
Presidente de EE.UU. sobre los rumores del asesinato de dos magistrados del
Supremo por agentes de la CIA, un asesor le responde “Señor Presidente, no
haga preguntas”.
En la saga
de Bourne, el agente es reclutado por
un programa secreto, llamado Treadstone,
que pone en marcha un alto ejecutivo de la Agencia, y que lo convierte en un
asesino al servicio de sus intereses particulares, hasta que otra alta
ejecutiva descubre la operación y, con el respaldo de la dirección, acaba con
“el malo”.
Estos son
dos ejemplos, hay muchos más, que demuestran dos cosas: la primera es que se
reconoce que el trabajo que realizan los servicios de inteligencia no siempre
tiene que ver con los derechos humanos, es más, la ignorancia de esos derechos
es su forma de actuar. Y la segunda es que intentan aislar al poder político de
esas actuaciones, son hechos aislados que escapan al control de los
responsables de que se cumpla la legalidad.
La noche más oscura nos cuenta las actuaciones que llevó a cabo la CIA durante
diez años hasta dar con el paradero de Osama Bin Laden, el asalto a su vivienda
y su muerte. Aquí no existe ningún agente “descontrolado”, ni ningún dirigente
que actúe por su cuenta. Las órdenes políticas que reciben son imperativas,
urgentes y con licencia para emplear todos los procedimientos necesarios –lo de
la libertad y los derechos quedan para otra ocasión. No se trata de aplicar la
justicia, es pura y simplemente una venganza, en el convencimiento de que esta vez el pueblo norteamericano “no hará
preguntas”, dada la singularidad del caso y el trauma que provocaron los terribles atentados del 11-S.
Por primera
vez una película norteamericana nos presenta las cárceles secretas de la CIA y
las torturas a las que eran sometidos los presos islamistas. Y nos lo presenta
con una gran asepsia narrativa, no comenta, no hay una valoración moral,
simplemente describe los hechos y presenta a los personajes sin maniqueísmos.
Los medios
de comunicación dieron a conocer la existencia de las cárceles secretas, hemos
oído hablar de las tristemente famosas Abu-Ghraib en Irak, Bagram, Jalalabad o
Asadabad en Afganistán, y sobre todo Guantánamo. Los famosos vuelos secretos de
la CIA trasladando prisioneros sin la menor garantía jurídica pusieron en
aprietos a varios gobiernos, entre ellos al de España, porque ya no se podía
mirar para otro lado.
Las barbaridades impunes y las torpezas
cometidas por los agentes de la CIA ya quedaron expuestas en la magnífica
película inglesa Camino a Guantánamo de
Michael Winterbottom y Mat Whitecross (2006), en la que se cuenta cómo cuatro
jóvenes británicos de origen paquistaní van a
su país de origen por la boda de un amigo, fueron capturados por la CIA,
trasladados a Guantánamo y torturados durante más de dos años y después puestos
en libertad sin cargos.
Cuesta
pensar que Bigelow ha hecho esta película, muy bien por cierto, en contra de
los intereses de los organismos oficiales
responsables. Ella ha manifestado que no tuvo acceso a ningún archivo
reservado, y una vez vista la película se deduce que no hacía ninguna falta,
simplemente ha dramatizado y ordenado en el tiempo el largo proceso de
investigación y los métodos que se utilizaron que eran ya de sobra conocidos.
Es de agradecer que en este caso no haya ocultado los más brutales. El film de Bigelow es una excepción en el tratamiento que el cine
norteamericano dedica a las películas de sus espías porque aquí se puede
“comprender” que el fin justifique los medios.
La noche más oscura me ha parecido una película
excelente y honesta en la que su directora demuestra una gran capacidad
cinematográfica con un gran sentido del ritmo, de la narración y de la dirección
de actores; sobresaliente la interpretación de Jessica Chastain.
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