La derecha y la democracia
En ocasiones resulta necesario, imprescindible más bien, recordar los principios sobre los que se basa nuestro marco de convivencia, nuestro sistema democrático, que se sustancia en el respeto al Estado de Derecho, el respeto a las leyes y, como instrumento de gobierno, la negociación y el acuerdo político. Y hay que recordarlo, por obvio que parezca, porque la democracia es un sistema más frágil de lo que parece debido a que los poderes, todos, económico, político, eclesiástico, tienden a desfigurarlo para que sea útil a sus intereses. Últimamente la derecha es un claro ejemplo de esto.
A la derecha española le está costando mucho hacer su transición de la dictadura a la democracia. Hoy, treinta y dos años después de haber acabado la dictadura, vemos que alcaldes como el de Granada se niegan a quitar el monolito dedicado a José Antonio Primo de Rivera, o a quitar de las calles el nombre de significados miembros de la dictadura, o la alcaldesa de Villanueva del Duque, de Córdoba, que también se resiste a aplicar la Ley de Memoria Histórica, o el alcalde de Torrejón, con esa inmensa bandera dedicada a los caídos. La lista sería demasiado larga, por desgracia.
Pero esto no es lo más significativo, el peor ejemplo lo está dando la dirección del Partido Popular. En la investigación de los casos de corrupción de la trama Correa que afecta a gran parte del partido, atacan a la policía y al juez, pese a publicarse las conversaciones, que dan vergüenza, y de haber sido imputados destacados dirigentes del partido. No entienden que ellos puedan ser investigados. El comportamiento de los jueces debe ser como el del Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, más que amigo del Presidente, es decir, el Sistema Judicial al servicio de sus intereses. Y lo que más alarma es la naturalidad con que lo hacen, sin asomo de pudor.
Un demócrata no ampara la corrupción, ni ataca a quien la persigue, un demócrata sabe que la corrupción es el cáncer del sistema y que es preciso extirparlo, por doloroso que sea, porque primero es la democracia y después la familia. Un demócrata no ataca a un poder del Estado, podrá no estar de acuerdo con sus decisiones, pero jamás cuestionarlo.
Esta derecha parece que no es capaz de romper con su pasado que hunde sus raíces en la dictadura y más allá. No olvidemos que la guerra civil y la dictadura fueron la imposición brutal de su poder que históricamente les ha pertenecido por derecho divino. Y para ellos el poder es mandar, no gobernar y, de una manera u otra, mandar en todos los poderes del Estado.
Lo que necesitamos es una derecha sin atavismos, moderna, dialogante, que comprenda que lo más importante son los intereses de los ciudadanos y que, desde la oposición, debe colaborar con el Gobierno para conseguirlo, que debe ser dura con sus corruptos y que, por encima de todo, debe respetar las reglas del juego. Y existe entre sus filas gente que piensa así y es necesario que, cuanto antes, impongan sus ideas, consigan ser mayoritarios y acaben de una vez por todas con esos comportamientos que tan peligrosos son.
A la derecha española le está costando mucho hacer su transición de la dictadura a la democracia. Hoy, treinta y dos años después de haber acabado la dictadura, vemos que alcaldes como el de Granada se niegan a quitar el monolito dedicado a José Antonio Primo de Rivera, o a quitar de las calles el nombre de significados miembros de la dictadura, o la alcaldesa de Villanueva del Duque, de Córdoba, que también se resiste a aplicar la Ley de Memoria Histórica, o el alcalde de Torrejón, con esa inmensa bandera dedicada a los caídos. La lista sería demasiado larga, por desgracia.
Pero esto no es lo más significativo, el peor ejemplo lo está dando la dirección del Partido Popular. En la investigación de los casos de corrupción de la trama Correa que afecta a gran parte del partido, atacan a la policía y al juez, pese a publicarse las conversaciones, que dan vergüenza, y de haber sido imputados destacados dirigentes del partido. No entienden que ellos puedan ser investigados. El comportamiento de los jueces debe ser como el del Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana, más que amigo del Presidente, es decir, el Sistema Judicial al servicio de sus intereses. Y lo que más alarma es la naturalidad con que lo hacen, sin asomo de pudor.
Un demócrata no ampara la corrupción, ni ataca a quien la persigue, un demócrata sabe que la corrupción es el cáncer del sistema y que es preciso extirparlo, por doloroso que sea, porque primero es la democracia y después la familia. Un demócrata no ataca a un poder del Estado, podrá no estar de acuerdo con sus decisiones, pero jamás cuestionarlo.
Esta derecha parece que no es capaz de romper con su pasado que hunde sus raíces en la dictadura y más allá. No olvidemos que la guerra civil y la dictadura fueron la imposición brutal de su poder que históricamente les ha pertenecido por derecho divino. Y para ellos el poder es mandar, no gobernar y, de una manera u otra, mandar en todos los poderes del Estado.
Lo que necesitamos es una derecha sin atavismos, moderna, dialogante, que comprenda que lo más importante son los intereses de los ciudadanos y que, desde la oposición, debe colaborar con el Gobierno para conseguirlo, que debe ser dura con sus corruptos y que, por encima de todo, debe respetar las reglas del juego. Y existe entre sus filas gente que piensa así y es necesario que, cuanto antes, impongan sus ideas, consigan ser mayoritarios y acaben de una vez por todas con esos comportamientos que tan peligrosos son.
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